La tristeza cumple una función de reintegración, nos ayuda a recomponernos y, por lo tanto, es la emoción asociada a la pérdida. Nos empuja al recogimiento y se experimenta de forma desgarradora. Duele, y mucho, tanto en el plano emocional como en el físico. Son muchas y muy variadas las situaciones que típicamente despiertan la tristeza, pero todas tienen algo en común: la pérdida o el vacío, junto con todas las añoranzas que estos conllevan. A veces, la tristeza se vive con tanta intensidad que parece imposible que pueda existir nada más allá de ella. La vida se hace, como decía la canción, eterna en cinco minutos.

La tristeza ralentiza nuestra forma de funcionar y nos aparta de todo y de todos, va aparejada a la gran desesperanza y nos traslada al polo opuesto a la motivación. La tristeza no nos empuja a la acción, sino que nos bloquea y supone un obligado alto en el camino. A causa de ello, muchas veces, la abordamos desde la más exclusiva soledad. Craso error. Las consecuencias de experimentar elevados niveles de tristeza pueden ser devastadoras a medio y largo plazo, y por ello es muy importante no dejarnos atrapar por completo por esta emoción y tener unas mínimas directrices muy claras acerca de cómo gestionarla.

Podemos enlentecer nuestro ritmo de vida, sí, desde luego que nos podemos permitir eso, y mucho más; pero sin llegar a abandonar por completo el conjunto de nuestras actividades cotidianas. Y sin caer, por supuesto, en el autoabandono. Podemos tender a la soledad, sí, pero sin aislarnos. Podemos sentirnos desmotivados y desesperanzados, sí, pero sin dejar de estar mínimamente en movimiento. Mantener una toma a tierra, un anclaje a la vida y a los demás, es imprescindible para que la tristeza no desencadene una depresión.

Hablamos muy alegremente de depresión, pero no nos hacemos a la idea de lo que un trastorno depresivo puede llegar a suponer. El deprimido, el que lo está de verdad a nivel clínico, ha dejado de funcionar en la vida. Su actividad ha quedado en suspensión. Si hemos llegado hasta ese extremo no significa que nos encontremos en un punto de no retorno, pero lo que sin duda es cierto es que necesitamos ayuda profesional, que debemos atender con cierta constancia a una terapia psicológica e implicarnos en ella activamente.

Por suerte, la mayor parte de nosotros no estamos en esa situación depresiva, y lo que nos ocurre es que, a veces, pero solo a veces, la tristeza se nos hace ingobernable, decimos que "Me vengo abajo", "me hundo", y es que realmente lo sentimos de ese modo. En esos momentos en los que todo cuesta un triunfo y tenemos la sensación de que la vida nos ha dado la espalda, es imprescindible que recordemos que no estamos solos y que, aun estándolo puntualmente, disponemos de múltiples herramientas psicológicas y de recursos de los que todos podemos hacer uso.

Siempre tenemos opciones, aunque a veces no las veamos. La primera parte de la fórmula para sobrellevar la tristeza es relativamente sencilla: echársela a la espalda y hacer que no nos detenga por completo, que no nos aleje de los demás y que no nos impida funcionar del todo. Podemos ir a trabajar tristes, claro que sí, y también podemos expresar esa tristeza, pedir que se nos permita un poco de margen, sacarla fuera a base de llantos (o lo que sea que a cada uno le sirva) y apoyar la cabeza en el hombro de una persona íntima. Creemos que nadie va a poder comprendernos y ayudarnos en esto, pero ¿acaso hay algo más comprensiblemente humano o un sentimiento que genere más compasión que la sensación de sentirse triste?

La búsqueda de apoyo es una de las formas de actuación más maduras y constructivas a las que las personas podemos recurrir, identificar y contar estas emociones es el primer paso para poder afrontarlas, y el llanto es una de las herramientas de las que disponemos los seres humanos no solo para expresar la tristeza o la angustia, sino también para liberarnos de ella y combatir emocional y fisiológicamente el desasosiego.

La fórmula de gestión de la tristeza que esbozamos aquí pasa por reconocer que esta puede acompañaros sin anularnos por completo, y necesita de la expresión y de la ventilación adecuadas para llegar a su resolución. No habremos dejado de transitar a través de la tristeza hasta que no tengamos claro qué respuestas le damos: cuál es el origen de la sensación de pérdida que experimentamos, qué hemos de gestionar a nuestro alrededor para acallar ese desgarrador vacío, qué es lo que nos estaba conmoviendo y qué podemos hacer para acercarnos a ello de manera más resolutiva, qué necesidad no conseguimos cubrir, qué hemos de aceptar que ha quedado atrás y cómo podemos recomponer el hueco que deja, qué hemos de afrontar o cambiar en nosotros, a quién hemos de cuidar o a qué hemos de prestar atención.

*Ana Villarrubia es psicóloga sanitaria, especialista en psicoterapia y psicodrama y experta en terapia de pareja. Su libro Aprende a escucharte (La Esfera de los Libros) ya está a la venta.

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